Diptongos, triptongos e hiatos
Raúl siguió esperando. Había esperado tanto, que aquello se convirtió en su manera de ser. Una noche, mientras dormitaba en la hamaca, se dio cuenta de que algo había cambiado en el aire. Fue una ráfaga intermitente, como en los tiempos en que el barco japonés vació a la entrada del puerto un cargamento de cebollas podridas. Raúl saltó de la cama y entró en el cuarto de María. Ahí está, se dijo. La sacudió varias veces.
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